Opinión personal
No me gustan los premios. Pienso que son un «apaño» entre las editoriales y los escritores. Pero si uno de esos premios se lo dan a uno de mis escritores favoritos, la cosa cambia: entonces empiezo a creer que la literatura tiene solución y que todo es «limpio».
Cuando Elías me dijo: «Le han dado el Nadal a Víctor del Árbol» no daba crédito. Me lo imaginaba allí, recibiendo el galardón, echando la vista atrás y pensando: «Por fin triunfo en mi país». Porque la verdad es que a Víctor le ha costado que se le reconozca aquí: en Francia era un ídolo, y nosotros subiendo a los altares a todo lo que nos venía de fuera. Lo nuestro es para hacérnoslo mirar.
Desde que Destino anunció que la fecha de salida era el 9 de febrero, mi vida entró en bucle, y solamente se guiaba por esa fecha: ¡lo quiero!, ¡lo quiero y lo quiero ya!. Y por si no tuviese bastante, se inventaron el hashtag maldito de #cuentaatrás, que hacía que me llevasen todos los demonios cada vez que lo veía.
Pero vamos al lío, porque el día ya ha llegado, lo he leído y he tenido que hacer una nueva categoría en mis valoraciones: la de obra maestra.
Porque Víctor del Árbol ha escrito una OBRA MAESTRA. Parafraseando a Horacio Quiroga, de amor, de locura y de muerte, de sufrimiento, de desgarro y de dolor. Y para paliarlo, hace guiños constantes a la música, a la literatura, sobre todo a la poesía, y a la pintura (lo de Vostell me ha hecho recordar mi infancia y mi adolescencia, porque yo hablaba con él sin saber quién era y su importancia en la Historia del Arte).
Ambientada en Málaga, A Coruña, Barcelona, Alemania y Argentina, la novela está estructurada en un prefacio, 25 capítulos y un epílogo, y se desarrolla en verano de 2007, en el de 2010 y en 2013, aunque con sus constantes saltos temporales abarca un período de más casi setenta años.
Utilizando un narrador omnisciente en tercera persona, siguiendo un hilo cronológico discontinuo, con varias ejes argumentales, el estilo es sublime, para deleitarnos en todas y cada una de sus letras y recrearnos en su magnífica manera de narrar. Las palabras fluyen, se deslizan gracias a una prosa exquisita, pero se vuelven tan brutales como las aguas de un mar embravecido chocando contra las rocas y nos dejan exhaustos y agotados, como me ha sucedido a mí, y entonces tenemos que parar, descansar y pensar que siempre hay que intentar exorcizar los recuerdos del pasado, porque de lo contrario, lastrarán nuestro futuro, y que cuando ya no hay esperanza, solamente dejarnos arrastrar hacia el abismo nos hace salir a flote más fuertes.
Una trama donde los hilos se van entretejiendo hasta crear un armazón sólido, duro, sin ninguna fisura, en la que las historias, como si de una matrioska se tratara, van apareciendo una detrás de otra sin cesar, a cada cual más sorprendente, para bifurcarse, converger, separarse y volverse a unir, porque todas están interconectadas por un nexo común: vidas destrozadas, personas que son muñecos rotos, y dolor, mucho dolor.
La verdad es que no entiendo cómo puede el autor escribir sobre la maldad de esa manera, pero la MALDAD con mayúsculas: una galería de personajes poliédricos, marcados todos por el horror, descarnados, cada uno con su propio sufrimiento interior que no comparte con nadie, con el horror incrustado en alma de tal manera que los va devorando por dentro, pudiéndolos llevar a convertirse en lo mismo de lo que intentan huir.
Y que, aunque parezca mentira, porque me considero una persona medianamente estable, he conseguido entender a la mayoría, porque todos tienen motivos más que suficientes para ser como son y comportarse como lo hacen.
Porque Víctor ha creado una novela en la que los personajes y sus historias nos poseen, nos asfixian y nos exprimen y, cuando lo hemos reposado, podemos seguir metiéndonos en la piel de unos personajes cuyas vidas nos parecen emponzoñadas y envenenadas por sus fantasmas, sus rencores y sus odios.
Pero a los que podemos llegar a comprender e incluso empatizar con ellos, porque cada uno es lo que la vida le hizo ser. Germinal, Paola, Daniel, Martina, Dolores, Eva, Mauricio… todos me han robado una parte de mí y un pedacito de mi alma se quedó enredado en sus vidas.
Resumiendo, que dice el Maestro: violaciones, torturas, mentes enfermas, acosos… temas tan duros y tan brutales que caen sobre nosotros como mazazos, son los ejes sobre los que gira esta novela y sus personajes, y que me han hecho pensar en que si las personas son como las vemos o lo que vemos de ellas es solo su apariencia.
Lo que vivimos en nuestra infancia es lo que marca nuestra personalidad, esa es la época en la que nos forjamos y es la que nos hace convertirnos en lo que somos.
Como he dicho en Twitter cuando he terminado su lectura: con esta obra he descendido a los infiernos, pero lo volvería a hacer una y mil veces para poder deleitarme de nuevo con este libro.
Y para terminar, un apunte: todos los que me conocéis, sabéis que mi novela favorita de este autor era La tristeza del samurái. Ni recuerdo las veces que he «discutido» porque todos opinaban (sí, hablo en pasado) que la mejor es Un millón de gotas. Pues, por mi parte, se acabó: La víspera de casi todo, a pesar de los prejuicios que algunos tengan por el premio que ha recibido, es una OBRA MAESTRA, porque lo de NOVELÓN, se le queda pequeño.
Autor
Datos del libro
Título | La víspera de casi todo |
Autor | Víctor del Árbol |
Editorial | Destino |
Primera edición | 9 febrero 2016 |
Esta reseña se publicó originalmente el 9 de febrero de 2016 en el blog Con el alma prendida a los libros (ya cerrado). Como no quiero perder las entradas ni las sensaciones que me dejaron las novelas reseñadas allí, la recupero en esta web sin moverle ni una coma.
Letraherida.
Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros.
Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena.
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