Reseña: Dies irae (César Pérez Gellida)

por Montse Martín
Publicada el 6 Abr, 2018

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Opinión personal

 

Estamos en Trieste, donde nos encontramos nuevamente con Au­gusto Ledesma, que ha elegido esta ciudad para continuar su macabra obra.

Cuando el inspector Ramiro Sancho tiene conocimiento de que el hombre que le obsesiona está allí, decide pedirse una excedencia para poder perseguirlo.

Por otro lado, Armando Lopategui se encuentra en Belgrado acompañado de su hija Erika, también psicóloga como él. Su objetivo es poner punto y final a un pasado que le atormenta: el que vivió como agente del KGB.

Hace aproximadamente un mes, me enteré de que César Pérez Gellida iba a presentar su segunda novela en Valladolid, en el Zero, uno de los lugares que aparecen en Memento Mori, y en el que Elías y yo habíamos estado un par de veces en nuestras vacaciones allí (fuimos a Pucela porque es la ciudad de mi chico, obviamente, pero de paso aproveché para hacerme «la ruta de Augusto Ledesma», como decidí bautizarla, y quedamos más que encantados).

Pues bien, a lo que iba. Le pregunté por privado la fecha y me dijo que quería hacerlo poco después de su salida a la venta. Con esta mala cabeza que tengo, calculé mal las fechas y pensé que el Pilar caía en viernes: teníamos un fantástico puente de tres días para disfrutar de la presentación del libro.

Pero con lo que yo no contaba es que César me pidiese mi dirección en ese momento para que la editorial me mandase el libro antes de salir a la venta (no estoy acostumbrada a eso y, salvo dos excepciones puntuales, jamás he tenido un libro impreso antes de su salida al mercado).

El día 2 de octubre, cuando volví de trabajar «hecha unos zorros», muriéndome a chorros, Elías me dijo que tenía una sorpresa. Rompí el envoltorio, abrí el libro con el corazón en un puño y sí, allí había una maravillosa dedicatoria que consiguió emocionarme, porque aunaba mis dos grandes pasiones: los libros y mi Atleti.

Inmediatamente empecé a leerlo, pero la fiebre no me dejaba concentrarme, se me hacía un mundo, las letras me bailaban y no me enteraba de nada: ni recordaba quién era Augusto, ni Ramiro, ni Carapocha ni nadie.

Y tuve que dejarlo hasta estar un poco mejor: entre el sábado y el domingo lo devoré, porque es un libro de esos de los que una vez que los empiezas no puedes soltarlos hasta que nos los acabas. Sigo enferma, con una bronquitis impresionante, pero había prometido la reseña para ayer, y hoy tengo que hacerla sí o sí. Espero que entendáis que nunca estará a la altura del libro, porque ni estando en plena facultades sería capaz de conseguirlo.

Como ya he dicho, Dies Irae es la segunda de las tres partes de Versos, canciones y trocitos de carne, una trilogía compuesta, además, por Memento mori y Consummatum est. En la reseña del primer libro, maldije en arameo y kswajili por lo de la trilogía, pero ahora entiendo, como bien dijo el autor en la entrada (no es nada premeditado ni responde a fórmulas comerciales… porque conocerlo va en detrimento de las ventas, no al revés) que este argumento no se puede resumir en un único libro, porque de hacerlo así nos perderíamos muchos detalles, mucha información y no comprenderíamos la mayor parte de la historia. Alguien puso un comentario diciendo que le sobraban páginas al anterior: no comparto en absoluto su opinión; cuando hayamos terminado Versos, canciones y trocitos de carne estoy segura de que al final se nos habrá hecho cortísimo.

Me sigue llamando la atención que el escritor sea «novato» en el oficio. Y lo digo por algo: no se lo he preguntado a él, aunque podía haberlo hecho, pero estoy convencida de que el autor escribió los tres libros seguidos, por la cercanía en el tiempo entre la terminación de las obras y su publicación. Y abordar una obra de tal envergadura siendo nuevo es digno de elogio.

El título, Dies irae, proviene de un himno latino del siglo XIII, que podría traducirse por el «Día de la Ira».  E ira, y mucha, además de venganza, es lo que predomina en este libro.

La portada, con un varón de espaldas mirándose en un espejo cuya imagen se ve distorsionada, podemos interpretarla como la visión que tiene Augusto de su otro yo, Orestes.

Ambientada en Trieste y Belgrado como escenarios principales (aunque también aparecen otras localizaciones, como Nueva York), entre el 13 de abril y el 20 de mayo de 2011 (la parte presente, aunque hay muchos episodios que se desarrollan en la década de los noventa), la novela está estructurada en un prólogo, 32 capítulos titulados (con frases extraídas de canciones del grupo Vetusta Morla) y Con Vivos, muertos, un epílogo que no es catalogado como tal, que es un artículo del diario El País, pero que para mí lo es, porque gracias a él se cierra uno de los episodios fundamentales de la novela.

Además, hay un apéndice con la Banda Sonora, otro con el Poemario y una Nota del Autor. Las traducciones de las múltiples citas latinas o en otros idiomas utilizadas se encuentran, en este caso, a pie de página.

Estos capítulos, como las escenas y pasajes de que se componen, como vimos en la primera parte, están datados, tienen su correspondiente horario y, además de temporalmente, nos sitúa geográficamente poniendo también la localización exacta.

El prólogo, escrito por Jon Sistiaga, titulado La mirada de los 200 yardas, es espeluznante, de poner los pelos de punta.

La novela no está escrita, en este caso, por un narrador omnisciente como la anterior. Aquí tenemos por un lado una primera persona, un narrador personaje (Augusto Ledesma, lo que nos facilita meternos aún más en su cabeza) y la mayoría del libro en tercera cuasiomnisciente, siguiendo un orden cronológico discontinuo con múltiples saltos temporales (en los que vamos enterándonos de la relación entre Orestes y Pílades y cómo se conocieron, la vida de Armando como espía, así como el conflicto balcánico) con un estilo sencillo y directo, pero muy cuidado, con un lenguaje muy descriptivo, entre fotográfico y cinematográfico, plagado de citas.

La trama, muy sólida, está muy bien entretejida, uniendo a la perfección los tres hilos argumentales que componen la novela (Augusto y sus correrías en Italia, Armando y su hija en Belgrado y, por último, la persecución del asesino por Ramiro Sancho), que terminan convergiendo sin prisa pero sin pausa, hasta llegar a un final apoteósico.

Gracias a la mezcla de descripción y diálogo, al cambio constante de escenarios, personajes e incluso de espacios geotemporales, y al empleo de algún que otro flashforward, en el que nos adelanta que algo va a suceder pero cortándonos en ese momento, el ritmo es ágil y va en aumento conforme avanzamos en la lectura; además, la intriga se mantiene constante durante toda la novela, aumentando en algunos momentos con algunos giros narrativos espectaculares, y primero nos envuelve, después nos atrapa, hasta que nos absorbe totalmente.

Como en Memento mori, la tensión no es solamente física, es también psicológica, un juego mental ideado por la mente privilegiada y perversa de Augusto Ledesma y en el que sus oponentes son títeres que maneja a su antojo.

Los personajes principales, Ramiro, Augusto y Carapocha, muy bien perfilados; todos complejísimos, poliédricos, nunca sabemos cuál va a ser su reacción y su evolución es constante a lo largo de toda la obra. Ramiro Sancho, inspector de homicidios, está obsesionado con capturar a Augusto. Decide pedir una excedencia de dos años en el trabajo para poder perseguirle, porque para la Policía el caso está cerrado.

Augusto Ledesma es el asesino. Millonario, narcisista, sociópata y cultísimo (escribe poemas y, además, cuando da nombres falsos los escoge de libros;  en esta novela nos lo encontramos viviendo en el mismo lugar donde lo hizo el autor del Ulises). Como buen diletante, es un apasionado de la música, y sus canciones favoritas son la banda sonora del libro.

Armando Lopategui, Carapocha, ex agente del KGB y de la Stasi, es un psicólogo criminalista  experto en asesinos en serie. En esta novela es un personaje más importante que Ramiro y casi que el propio Augusto, y conocemos su vida como agente soviético.

Los escenarios y ambientes están tan magníficamente descritos y de forma tan pormenorizada, que su visualización es tan sencilla como si estuviéramos en la butaca de un cine: Trieste, Belgrado, la guerra de la antigua Yugoslavia… todo ello recreado de una forma completamente vívida.

El desenlace, con unos cuantos giros narrativos inesperados, es, simplemente, soberbio. Me sorprendió de tal manera que pegué un grito y dije: «será ca…azo; guardaba un as en la manga, lo he tenido delante de mis narices todo el tiempo y no lo he visto venir». Decididamente, los cliffhangers son un arma letal en manos de Gellida. Reconozco que cuando me restaban unas sesenta páginas pensaba: «¿cómo va a ser capaz de cerrar este libro sin que se le escape de las manos con tantas cabos por atar?». Pero lo consigue y de una forma magistral.

Todo no podía ser maravilloso. La novela tiene un «pero», grande, pero que, también, es uno de sus mayores aciertos. César Pérez Gellida enmarca gran parte de la novela en el contexto histórico de la guerra de los Balcanes. Se nota, con solamente leer tres páginas, que se ha documentado mucho (he de confesar que algunas veces miraba las fechas para ver si había sido tal día o tal otro) y que intenta que la Historia no se nos haga árida; pero para hablar de guerras hay que dar datos, fechas, nombres… y eso puede resultar en algunos momentos un poco «pesado». Aunque hay que tener en cuenta que si hubiese mantenido Valladolid como escenario principal, la historia hubiese resultado poco creíble, porque en nuestro país no son muy frecuentes, afortunadamente, los asesinos en serie.

Después de haber leído sus dos libros, vuelvo a hacer alusión a su comparación con Larsson y su trilogía Millenium. Entiendo que la editorial quiera hacerlo como reclamo, pero no tienen nada que ver. El sueco escribió una obra buenísima, que a mí me encantó, pero César Pérez Gellida no necesita que le comparen con nadie para triunfar.

Espero que poco a poco, editoriales, editores, escritores y lectores vayamos tomando conciencia de que en España se hace novela negra de muchísima calidad, y que muchos de nuestros autores de este género están a la altura, cuando no los superan (que es la mayor parte de las veces), de, por ejemplo, muchos nórdicos. ¿Alguien es capaz de decir, habiéndolos leído a ambos, que César no escribe mejor que la «señora« sueca cuyas obras se ambientan en Kiruna? Porque, parafraseando al Maestro (al auténtico, al flaco de Jaén), «de ti para mí, no hay color».

Y, por último, una frase del libro que, con lo que está sucediendo últimamente en nuestro país y en algunos otros, debería hacer reflexionar a nuestros dirigentes:

Precisamente allí, me di cuenta de que no hay peor asesino en serie que aquel que se siente legitimado por una bandera.

 

 

Dedicatoria dies irae

 

 

 

¿La has leído? ¿Te ha gustado? Cuéntanos tus impresiones.

 

 

Autor

 

César Pérez Gellida nació en Valladolid en 1974.

Es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Valladolid y máster en Dirección Comercial y Marketing por la Cámara de Comercio de Valladolid.

Ha desarrollado su carrera profesional en distintos puestos de dirección comercial, marketing y comunicación en empresas vinculadas con el mundo de las telecomunicaciones y la industria audiovisual hasta que en 2011 decidió trasladarse con su familia a Madrid para dedicarse en exclusiva a su carrera de escritor.

Dies Irae es la segunda novela de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne, que se cerrará con Consummatum est, y que empezó con Memento mori.

 

 

 

Datos del libro

 

 

 
Título Dies irae
Autor César Pérez Gellida
Editorial Suma
Primera edición 9 octubre 2013
Serie Versos, canciones y trocitos de carne

 

 

 

Esta reseña se publicó originalmente el 15 de octubre de 2013 en el blog Con el alma prendida a los libros (ya cerrado). Como no quiero perder las entradas ni las sensaciones que me dejaron las novelas reseñadas allí, la recupero en esta web sin moverle ni una coma.

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