Impresiones
A veces los libros llegan en momentos…
Empiezo la lectura de Tan cerca de ningún lugar (tensó), de Alberto Cubero y José Luis de la Fuente, mientras atravieso territorios desconocidos, habitados por la oscuridad, el silencio y los miedos que procura la vejez de quienes, próximos, se saben rotos por los años, marcados ya por la vida hasta el final.
Tal vez por eso tenga la sensación, al leer este libro, de estar constantemente atravesando un campo de minas, atenta para no poner el pie en lugar inadecuado por temor a salir lanzada por el aire o, lo que es peor, quedar amputada, hecha trizas, cortada en pedazos con arañazos en cuerpo y alma, asaltada (¿desde dónde?) en la entraña por todo lo que rodea, atenaza y des-arma al ser humano: también la poesía.
Así es, en cierto modo, la poesía en este libro Tan cerca de ningún lugar: un punto, en el Espacio y en el Tiempo, en el que quedamos suspendidos sin saber si estamos o no, si nos movemos o aquietamos, algo parecido a ese vértigo que sentimos cuando el tren de al lado se pone en marcha y un cierto mareo nos sumerge en el movimiento sin ser movimiento aún. Ese estar a la búsqueda de un ser. Ser estando. Ser siendo. No ser. No. Ser.
Otro concepto de autoría. Hacia un yo múltiple, habitado, con-fundido
El título del libro, Tan cerca de ningún lugar (tensó), el título del prólogo: «Los poemas rotos», las primeras palabras de cada uno de los 72 poemas-fragmentos (La clarividencia de la derrota, Hacia allí te diriges, Extraño, etc.) escritos a dos manos no identificadas para el lector, entrelazadas en las páginas, así como la cita de Hugo Mújica que da entrada a las palabras de Alberto Cubero y de José Luis de la Fuente:
La respuesta que el poeta encuentra es la que él mismo da: la creación. La puesta en palabras del sentido que no está, que él instaura. Alumbra. No cualquier sentido, el que nace del dolor, el que padece. Su respuesta a la nada. Contra la nada. O a nada. La transfiguración del dolor en belleza, del desgarro en rasgo. Desgarro, herida, brecha, fragmento…Apertura donde el poeta habita. Intemperie y abismo que soporta,
son pistas más que suficientes para saber que aquí, tan cerca de ningún lugar, nos moveremos por terrenos pantanosos, cerca de aguas movedizas; palabras todas que nos ponen en guardia, alerta, en tensión, porque, no lo olvidemos, el lector, mi yo lectora, también participa de ese paréntesis que dibuja el título (tensó).
Desgarro, herida, brecha, fragmento
Porque siempre estamos cerca de ningún lugar…
Siempre estamos cerca de ningún lugar. Del lugar ninguno. Ese lugar que no pertenece a nadie (o sí). En el que podemos sentirnos próximos, prójimos, sentir-nos. Espacio para el encuentro (para el debate [tensó], incluso para el des-encuentro). Un lugar tensado, controvertido, distinto. Lugar en el que Poesía y Vida se cruzan, se enfrentan, se con-funden. Se funden. Ese lugar «apertura donde el poeta habita. Intemperie, abismo» ( Hugo Mújica).
Ese estar cerca, tan, de aquello que, en realidad (¿en realidad?), está lejos; ese lugar inalcanzable, porque se mueve entre el casi pero no; una línea lejana y cercana a la vez como esa línea del horizonte que dibujan cielo y mar ahí: siempre más allá a medida que avanzamos hacia ella. Línea existente en algún lugar al que nunca tendremos acceso, como nunca accederemos, en realidad, al poema. Algún lugar. Ninguno. Tan cerca. Ese bello y terrible lugar… Pues hay lugares a los que no es posible llegar, no es posible, es posible, posible. No es. Posible. Lugares necesarios para conocer (¿re-conocer?, ¿comprender?) los límites aun sin verlos. Sin verlos aún. Presentirlos. Lugares necesarios para escribir con alguien (yo y otro, otro yo, tú, nosotros, perdidos en el papel de fondo), consciente, conscientes, del «vacío», de ese hueco en el que ser todos, incluidos nosotros, tú y yo. Los que somos en ese lugar, este lugar, este libro, estas palabras, este lenguaje ninguno. Este lugar ninguno. Tuyo. Suyo. ¿Mío? ¿Nuestro?
Y que nadie sepa, nadie, donde empieza una voz y termina la otra. Romper así lo estipulado, lo establecido para, desde la soledad propia y compartida, dialogar. Ser tolerante. Ser. Buscar caminos nuevos desde las brechas abiertas por la otra mano, por ese otro pulso que también es el mío. Buscar algo distinto (no original, pues ya otros se embarcaron en esta hazaña antes), algo que llame la atención, llamada de atención, ante tanto desembarco poético fallido, de escaparate, de repetición, de impostura.
Rodear, emboscar. Afrontar las propias expectativas, doblarlas, romperlas, «claudicar» para llegar a ese ningún lugar, único lugar para la poesía, para la experiencia de la poesía, para acariciar lo inefable: eterno porque efímero.
Compartir no solo palabras, también aquello que nos muestra desnudos, aquello que sana al tiempo que hiere: la fragilidad de la roca y la dureza del junco. Un lugar en el que «no hay tregua. [Pues] ir hacia la herida solo puede tener como hallazgo la orfandad del lenguaje», en palabras de Arturo Borra, autor del prólogo de un libro, este, que conduce hacia «lo desconocido que nos habita» (Borra).
Y el otro/inútil mano que te escribe
En Los poemas rotos, Arturo Borra nos dice que «la misma tentativa de escribir con otro, la tensión controversial inclusive, impide el cierre de la autoafirmación incondicionada, la boca-ruina tan cara a quienes han declinado del trabajo de la crítica… La escritura de Alberto Cubero y José Luis de la Fuente se mueve en otra dirección… Uno queda atrás. Uno ya no es uno: encarna lo múltiple». Algo así como si el «yo-yo» no fuera suficiente, como si faltara espacio y tiempo, ser, materia para poder escribir, como si ese yo múltiple que somos tendiera a multiplicarse aún más con el otro, múltiple también, hasta con-formar un yo otro que también te escribe, escribiéndose, escribiéndote.
Un yo otro que reclama la tensión (tensó) de la rasgadura, del desgarro, para poder alumbrar, parir las palabras que darán forma a la derrota desde esa «inútil mano que te escribe… y la voz / esa voz que no dice / y a la vez/ asoma/entre la piedra y el lenguaje».
Escribir así para escuchar, para aprender a des-aprender, para, tal vez, dar respuesta a algunas preguntas esenciales, esas que, cuando te lees, hacen que sobrevengan los alquitranes, la duda/ y un miedo primitivo. Preguntas detrás de las cuales descubrimos algo que probablemente ya sabíamos: que arden las palabras y que hay una superficie / que es desierto y luz, versos con los que se cierra este trabajo de Alberto Cubero y José Luis de la Fuente.
*
A vosotros, lectoras y lectores, os deseo, como siempre, una buena travesía por el libro. Por este libro. Un libro que hay que leer despacio, con múltiples escalas; por el que hay que ir y volver y volver a ir a los mismos lugares para, en algún momento, cada cual el suyo, aproximarse a ese ningún lugar, tan nuestro y tan ajeno a la vez.
Más que nunca hasta hoy, estas impresiones de lectura son, realmente, impresiones. Vuestra lectura hará el resto: completar, iluminar, compartir, incluso rebatir… mis palabras. También las palabras de ese autor que forman Cubero y De la Fuente. He aquí la grandeza del palimpsesto que somos y de la tensión que puede generar la escritura desde la lectura (otra escritura otra).
Puede que no estéis cómodos en algún momento, en algún lugar del libro; puede incluso que tengáis la sensación de no estar, de ser des-alojados. Estamos ante un libro en el que todo se mueve, se tambalea, pues no parte de la certeza, tan habitual, todo es incertidumbre, duda, cosa frecuente cuando un libro, como decía Pizarnik, se escribe desde la herida, desde ese dolor que ha de permanecer para no morir doblemente (Piedad Bonnett). Cosa que sucede cuando un libro se escribe desde la más absoluta (permitidme la hipérbole) necesidad (Rilke).
*
Mi agradecimiento a El sastre de Apollinaire por haber hecho posible que este libro, junto a Paseo de invierno en Finlandia de mi querida poeta María Jesús Silva, llegara hasta mí. Gracias.
Autor
Alberto Cubero (Madrid, 1972) es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha publicado relatos y poemas en las revistas Nitecuento, Shiboleth, Poeta de Cabra, La Hamaca de lona y 2227.
Finalista en el Certamen Internacional de Relato «Art Nalón» (Langreo, 2006). Finalista en el Certamen de Poesía «Arte Joven Latina» (Madrid, 2006). Tercer premio en el Certamen de Poesía «Gabriel Miró» (Castell de Guadalest, 2007). Finalista en el Certamen Internacional de Poesía Margarita Hierro (Madrid, 2011).
En 2008 publica su poemario Pájaros de granito acompañado en el mismo volumen por Pablo Martín Coble con Primera palabra, dentro de la colección «Duetos de poesía» de Legados Ediciones.
En 2009 aparece el libro colectivo La República de la Imaginación, en el que participa, junto a un grupo de poetas, entre ellos Juan Carlos Mestre.
Ha leído sus poemas en los recitales que organiza la librería Arranca Thelma, en el ciclo Voces y Poetas de Angelika Cinema Lounge, en La Casa Encendida y en el ciclo «La voz y su sombra», coordinado por el poeta Eugenio Castro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (noviembre de 2009).
Ha sido miembro del Centro de Arte y Pensamiento Contemporáneos CRUCE, así como coordinador del espacio de poesía «Al norte del porvenir» en Radio Villalba.
José Luis de la Fuente (Torrelavega, 1969) vive en Madrid. El respirar y el agujero es su primera obra publicada.
Datos del libro
Título | Tan cerca de ningún lugar (tensó) |
Autor | Alberto Cubero y José Luis de la Fuente |
Editorial | El Sastre de Apollinaire |
Primera edición | 1 abril 2019 |
Poeta que busca expresar con palabras aquello que sucede entre un ahora y un tal vez nunca.
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