Reseña: En mi barrio no hay Quijotes (Adolfo Marchena)

por Ángela Serna
Publicada el 13 Jun, 2019
En mi barrio no hay Quijotes

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Impresiones de lectura

 

 

Antes de adentrarme en el poemario del que quiero hablarte hoy, querido lector o lectora, te invito a que busques la canción Patricia de Art Pepper para escucharla mientras lees las palabras que siguen. Es la mejor manera de esperar a que llegue hasta ti el libro En mi barrio no hay Quijotes del poeta vasco Adolfo Marchena, un poeta con el que comparto ciudad y barrio.

 

Tal vez debería decir unas palabras sobre el poeta y sobre el libro, pero más que hablar de los poetas me gusta que la poesía hable por y de los poetas. Por eso, de Adolfo solo daré tres pinceladas, y de su libro hablará fundamentalmente él (el libro). 

 

Pincelada número 1: Cartapacios de Lucerna. Es el primer poemario publicado por este poeta, en  1992, junto a José Luis Pasarín Aristi y Mariano Íñigo. Es el libro con el que inició su andadura pública como poeta: aquel joven, siempre vestido de negro, con aquellas gafas que le daban un aire intelectual y una mirada lánguida… Era alguien, así lo creíamos, capaz de acercarse a la realidad con ojos de vidente, como ese otro vidente (Rimbaud) tan presente en su obra. 

 

Pincelada número 2: PROTEO: el yo posible. Este es el título de un poemario individual, publicado en 1999, que recoge poemas de cuatro poemarios inéditos, incluso hoy, escritos entre 1996 y 1998; una selección que realizó la poeta Concha García, quien señalaba:  «Adolfo Marchena en sus versos parece buscar un lugar en el mundo, de ahí la necesidad de elevar a un plano trascendente la sensación de derrota», también dice que «en los cuatro poemarios hay temas recurrentes, como el desencanto y la conciencia de lo efímero, expresados bajo dos tópicos: la ciudad y la mujer». Temas y tópicos que también aparecen en el poemario del que hoy  hablaré.

 

Pincelada nº 3: La musicalidad de los tejados, publicado hace cuatro años y escrito a ritmo de jazz. Y Sin cielo bajo los tejados: recientemente publicado y estrechamente relacionado con el poemario que nos concierne. 

 

Estas tres pinceladas nos llevan directamente a En mi barrio no hay Quijotes, donde encontramos a un poeta con una palabra menos alambicada que en sus primeros libros, menos surrealista, menos abstracta, porque más ceñida a la experiencia. Aquí, Adolfo Marchena construye un poemario en el que se deshojan las flores del mal y del frío; también las del tiempo; un espacio en el que encuentran refugio el desamor, el miedo, el dolor…, pues la escritura es ese contenedor donde reciclar la vida y convertirla en energía. Un lugar para renacer, pues cuando es necesaria como el aire y nutriente como la tierra, la poesía es sanación.

 

Este poemario trata fundamentalmente del recuerdo: es una historia, un pedacito de vida recuperada desde el recuerdo, ese del que García Márquez dice: «la vida no es aquello que vivimos sino aquello que recordamos y cómo lo recordamos para contarlo». Debido al carácter autobiográfico del libro, nos movemos en un terreno tan incierto como el del sueño o el de la niebla donde, por momentos, las palabras se cargan de un componente onírico que se refleja en la sintaxis; también en la contigüidad de los opuestos: lo que somos y lo que deseamos. Porque si digo Quijote, digo Sancho. Y Adolfo Marchena se sitúa en ese plano de la realidad (lo dice en el prólogo) que nos devuelve al pasado, alejándonos de la muerte. Y elige la poesía como lugar de la herida (que diría Alejandra Pizarnik).

 

A partir de un sueño, el autor escribe sobre la ausencia, sobre algo que ocurrió diecisiete años atrás: «La argamasa de mi cuerpo sostiene las soledades que me han acompañado, nostalgias que evocan diecisiete años de ausencia». Ahí se instala un yo poético cambiante: el mendigo citado en el prólogo, que es a veces el poeta, a veces ella, los otros, la escritura, la pintura, la música…, ese palimpsesto que somos, ese «yo es otro» que dijera Rimbaud y que Adolfo recupera; un yo que pertenece al pasado: «Soy hombre de los noventa que habita tiempos modernos», que se sabe herido en el presente, desde siempre, y que es capaz de «vivir mañanas nuevas» gracias a la escritura: «Qué poesía es esta –se pregunta– que se me escapa y no corrige el vértigo fugaz conque las cosas anuncian su primicia de estación y vida…».

 

El pasado, transformado en música y poesía da sentido a lo vivido y da sentido al libro: en el barrio de Adolfo todos somos caballeros andantes, porque como dice Francisco Pino al comienzo: «la vida del hombre es ponerse metas que no logrará».

 

En este barrio, que es también mi barrio (me refiero al barrio y al libro), se crea una red de relaciones para que el ser dual que somos encuentre su lugar: un universo figurativo y abstracto en la dosis justa; drama y comedia en la dosis justa; donde los poemas se abren a varias lecturas pues el poeta tiene la habilidad de llevarnos de lo personal a lo colectivo: una historia donde el amor, la denuncia, la solidaridad, el fracaso y la esperanza permiten a esos Quijotes seguir caminando y habitar lugares en los que «no hay cielo bajo los tejados». Y así Sin cielo bajo los tejados terminará, tal vez, esta historia del pasado ya cicatrizada en el presente. A través de la poesía, el Fénix dará forma, con sus cenizas, a un nuevo ser solitario, saxo solo, romero solo, abriéndose camino entre la niebla, esperando a que suene la partitura del cisne.

 

Adolfo Marchena ha escrito (son sus palabras) un libro redondo. Entre el primer poema («la locura son los otros», con una clara alusión «al infierno son los otros» de  Sartre) y el poema final («final para un Quijote», donde los últimos versos subrayan el juego del título) asistimos a la recreación de un universo en el que, con un fondo a veces sosegado y otros estridente, siempre repetitivo, la melodía va cambiando para dar cobertura a una historia de amor y desamor donde ficción y realidad, recuerdo, música y poesía hacen posible la catarsis. Ciertamente, aquí sucede como en el jazz: hace mucho tiempo, un músico me dijo que el jazz puede ser cualquier cosa pero no de cualquier manera. Aquí, exactamente igual. Tal vez por eso la escritura se ha confabulado, sin que el autor haya sido consciente de ello, para generar una estructura impresionante. 

 

Son 55 poemas que aparecen en el mismo orden en el que fueron escritos en una libreta, sin otra intervención del autor que la de excluir aquellos que no consideraba relevantes para su propósito. Hay un eje central: el poema 28, que se encuentra en la página 51 (los años del poeta). A izquierda y derecha,  27 poemas.

 

El poema-eje, sobre el que podría plegarse cada parte en una sutil simetría que haría que el libro fuera redondo, se titula DEMASIADO ALTO PARA TI: es un retrato de la vida, las edades…, en tres fragmentos (o estrofas). La primera es la llegada al mundo, la vida como un cuadrilátero. La segunda estrofa muestra los caminos, los peligros, las tentaciones, los pecados. Y la tercera recoge el final de este infierno…, el momento de saberse vencido.

 

Un tríptico que nos lleva directamente al poema de la página 30 (hay muchas correspondencias que nos desplazan a otros lugares del libro, incluso a otros libros) donde se alude al cuadro de El Bosco: el jardín de las delicias: «Vendrás con otra voz y sabré apreciar tu nombre como si fuese elemento nuevo en este tríptico del Bosco», donde podríamos pasar inadvertidos, confundidos con cualquier detalle de los muchos que pueblan el cuadro, es decir podríamos ser Proteo para evitar el vaticinio del futuro, pues ya supimos hace casi veinte años que Proteo es el  (único) yo posible.

 

A la izquierda de ese eje, el poema HACIA ATRÁS: «mirar hacia atrás, contar hacia atrás…, lo intentaste mirando hacia atrás en un coro de voces como guitarras rasgando el aliento y su nostalgia…, hacia atrás todas las pertenencias». Es el lugar de la soledad, los silencios, el frío, el abandono, la sensación de derrota, la ciudad, dios, la confusión, la fractura entre «lo que siempre quise y lo que nunca obtuve». Y la música: Keith Richards, Steven Tyler, Joshua Redman…, y «la ilusión que no tiene nombre, y el poema que brota…». Y no hay tristeza en ello. Todo hacia atrás. El pasado.

 

¿Y hacia adelante? El poema «las manos son el equinoccio» nos pone en contacto con los miedos y su presente. A partir de ahí, solo podemos «sobrevivir en términos razonables», en la ciudad, y saber que «el recuerdo se planta como un efímero pinchazo en el brazo que tal vez sea de vida y no de muerte». Y otra vez el barrio donde «no hay quijotes, pero observan, duermen, y donde también a él le dieron con un palo como a César Vallejo». Aquí, la búsqueda de «una causa que proporcione de nuevo las ganas de vivir», la lucha con uno mismo, el paso del tiempo en un reloj que lo multiplica o lo divide, pero… «es como si tú y yo fuéramos ya de la poesía», como esos mendigos llámense Bécquer, Joyce, Traströmer, Vallejo, Eloy Sánchez Rosillo, Willians Carlos Willians, Chéjov, Patti Smith, etc, que también soy yo: ese saxo perdido al fondo de un escenario donde se escucha «Patricia y Art Pepper me saluda como un viejo amigo». 

 

Como si de un péndulo se tratase, de un lado a otro de ese eje encontramos el error y el acierto, la derrota y la victoria, Dios y el cadáver de Dios, el pasado y la promesa de un futuro. Y entre líneas: toda una vida.

 

Cuando digo Quijote, digo Sancho. 

 

Así termino, invitándoos a pasear por este barrio lleno de Quijotes que no saben que lo son porque hasta hoy nadie les ha dicho que el frío también se combate con el arte.

 

 

Autor

 

Adolfo Marchena, Vitoria (España), 1967; entre 1997 y 1999 dirigió los programas radiofónicos Tocando el viento (Radio Plasencia Centro) y Peleando a la contra (SER Plasencia). En 1997 organizó el I Encuentro Poético Cultural Amilamia. Codirigió la revista impresa Amilamia y dirigió la revista Factorum y el fanzine Odaliana.

Ha publicado los poemarios Cartapacios de Lucerna (Ediciones Libertarias/Prodhufi; Madrid, 1992) y Proteo: el yo posible (Ediciones El Sornabique; Salamanca, 1999), y textos suyos han sido incluidos en las antologías Relatario (Talleres de Creación Literaria Fuentetaja; Madrid, 1992), Voces del extremo (IV). Poesía y utopía (Fundación Juan Ramón Jiménez; Moguer, Huelva, 2002) y Asilo (antología de poetas) (Ediciones Sin Retorno; Barcelona, 1999). También ha escrito el libro 683 Planta Neurología (Editorial Remolinos) y La Reconstrucción de la Memoria (Revista Groenlandia).

Ha publicado textos en diversas revistas electrónicas y de papel (El coloquio de los perros, Letralia; Río Arga, Los cuadernos del Matemático, Turia, etc.).

Mantiene el blog literario «Literatura. Recuerda recordar».

Ha sido traducido parcialmente al francés, alemán y árabe. Su último libro publicado, conjuntamente con el escritor Luis Amézaga, ha sido La mitad de los cristales (Bubok, 2009). En mi barrio no hay Quijotes (Literarte editorial), Sin cielo bajo los tejados (Vitrubio).

 

 

 

Datos del libro

 

 

 
Título En mi barrio no hay Quijotes
Autor Adolfo Marchena
Editorial Literarte editorial
Primera edición 17 agosto 2018

 

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