Impresiones
Cuando me llegó este libro de Rodrigo Paniagua y vi la portada con un muñequito azul, y lo abrí al azar, como hago con todos los libros, y me tropecé con palabras como tutorial de YouTube, selfie, Twitter, etc., me dije: «buffff, otro más», pero luego leí y, en un momento dado, sentí vértigo. Hoy puedo decir que El silencio del hombre sin otro hombre es un libro que hay que leer despacio y que gana profundidad con cada lectura.
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Hay muchas maneras de leer un libro (incluso antes de lo que se entiende por leer un libro). En mi caso, primero echo un vistazo rápido por si algo atrae mi atención. Me detengo en la portada, en la estructura, la tipografía y disposición de las palabras, en si los poemas llevan o no título, en el número de poemas que se incluyen en cada parte, etc. Solo más tarde paso a leer cada poema. Y lo hago así, tal vez, por deformación, pero sobre todo porque creo que es ahí donde se dan cita de manera muy evidente el consciente y el subconsciente del autor. Y como lectora, es este un espacio fascinante. Luego ya viene la lectura, la entraña, la médula. El encuentro o desencuentro con la «poesía».
En esta primera fase, y hablando ya del libro de Rodrigo Paniagua, una se pregunta por qué cuatro partes. Por qué en la primera, llamada La fiesta de la luz, hay solo un poema: ¿porque ahí se habla de UNA vida, UN nacimiento? ¿Para mostrar cómo desde el caos, desde la oscuridad, desde el temblor nace el Universo igual que nace el ser humano?
¿Por qué en la segunda parte llamada En el principio de un nuevo mundo hay solo 5 poemas?: ¿los cinco sentidos? Si fuera así, hay un claro predominio de la vista: mirar, observar, alumbrar… La noche y el amanecer. Etapa de crecimiento, de preguntas, esta parte es el lugar del óxido y la clorofila. ¡Qué lenta la vida cuando todo es incógnita!
¿Por qué en la tercera parte, llamada Todo el que nace está destinado a contar su tiempo, la más extensa de todas, hay 33 poemas? Y una advierte que, hasta llegar aquí, en el principio, todo estaba ausente de nosotros (Guinda), y que luego entramos en el comienzo de un nuevo mundo (2ª parte). Ahora, (en la tercera parte) a lo largo de 33 poemas, asistimos a toda una trayectoria vital (hay en esa cifra, 33, reminiscencias que nos vienen dadas por educación y que no hace falta nombrar).
Todo el que nace está destinado a contar su tiempo, y lo está porque «todo sucede mientras escribimos»: El pasado, el presente, el futuro. La conciencia del tiempo, el silencio, la soledad. Porque «la identidad se construye en la narración caleidoscópica de los años y a cada paso se pierde la memoria». Porque «el arte ensaya la imposible eternidad del ser». Y «uno empieza a ser consciente del tiempo cuando consigue ser consciente de sí mismo». Porque «la muerte sigue siendo una desconocida a pesar de haber nacido tanto». Porque somos mortales y porque «el vértigo de la vida ha de consistir en conocerse a través del dolor». Porque el paso del tiempo. Porque… todo el que nace está destinado a contar su tiempo. Y hay para ello, al menos, 7 razones: el 7 es la cifra de este libro atravesado, rodeado por esa quintaesencia difícil de definir y en la que, tal vez, se dilucida el futuro del Universo, nuestro futuro (7 es el resultado de sumar el número de poemas).
Finalmente, ¿por qué 4 poemas en la cuarta parte, esa que lleva por título un astronauta envía por twitter imágenes de la tierra?: ¿los cuatro elementos de nuestro mundo sublunar: agua, tierra, aire, fuego? O lo que es lo mismo ¿la tierra, el llanto, los labios quemados, el Sol, el vuelo del pájaro? ¿Es esta una etapa de madurez para comprender, entre otras cosas, que el arte es la respuesta posible a lo efímero de la existencia, a esa «necesidad de trascender, de perdurar»? ¿Para entender que «el arte ensaya la imposible eternidad del ser?».
El autor retoma en este poemario algunos planteamientos presentes ya en su primer libro, Los dormidos, como el convencimiento de que el poeta (el ser humano) ha de ser testigo de su tiempo. También algunos de los miedos señalados en La primera vez que vi un animal muerto, definido por Samuel Regueira como «una colección de miedos, incertidumbres y dudas en las que la respuesta, imposible, nunca llega». Y, cómo no, la preocupación, reflexión y cuestionamiento sobre el pasado, el presente y el futuro de la humanidad, o dicho con sus palabras: «las canicas transparentes de la infancia», «un paraíso inalterable» y «ese mundo que imaginamos a solas».
Podríamos decir que El silencio del hombre sin otro hombre es un viaje a través del tiempo, en el tiempo, desde el antes de nosotros, desde el caos, momento de la gran explosión (el big bang) hasta la actualidad. Algo así como las edades del hombre. Etapas en las que el autor va abordando los temas de siempre. El amor:
¿quién nos contó
que lo único que tenemos
es esta esperanza de sentirse amado?,
la guerra, el paso del tiempo, la muerte, esa que sigue siendo una desconocida / a pesar de haber nacido tanto… Y una especial presencia del ARTE: Giacometti, Modigliani, Gargallo, Van Gogh, Picasso…etc., pues
tienen las obras de arte
la capacidad extraña de acertar
en el corazón.
El silencio del hombre sin otro hombre me parece un libro terrible en el que la soledad, la incomunicación, el vértigo, la duda, la necesidad de trascender, los miedos… llevan realmente al lector a ese «ambiguo llanto» del que habla el poeta desde una voz, con frecuencia, cercana al aforismo. Cada parte de este libro se abre con una cita reveladora. Y al libro le da entrada una cita global, perteneciente a «La más bella historia del mundo», que dice:
Muere el viejo mundo, nace uno nuevo al que domina un bípedo oportunista que conquista el planeta. Inventa el arte, el amor, la guerra y se interroga por sus orígenes.
El autor nos sitúa a las puertas de la filosofía, al menos de una filosofía primaria: quién soy, de dónde vengo, adónde voy… No en vano, se ha dicho sobre este libro que es «un viaje filosófico a través de la poesía en el que se cuelan influencias de clásicos del cine de ciencia ficción». De ahí, tal vez, el guiño, probablemente inconsciente, a las particulas elementales de Michel Houellebecq en el primer poema.
Y todo ello está contenido en ese título donde aparecen dos de las palabras que más me gustan: una explícita, SILENCIO: El silencio («un silencio que ya no me pertenece») y otra implícita, SOLEDAD: del hombre sin otro hombre («la habitual soledad del ser»).
Silencio (en medio de tanto ruido) y soledad a pesar de los miles de amigos que procuran las redes sociales, tan presentes en este poemario…
Autor
Rodrigo Garrido Paniagua (Valladolid, 1978) estudió Historia del Arte en la Universidad de Valladolid. Ha publicado los libros de poesía Los dormidos (2014 ) y La primera vez que vi un animal muerto (2016).
Ha participado en la revista de poesía Papeles del Martes, editada por Luis Frayle Delgado y la Diputación de Salamanca, en la revista digital Papeles de Humo, editada por Julián Alonso, y también en la revista El Cobaya, editada por José María Muñoz Quirós.
Ha sido incluido en la antología Ni una más. Poemas por Ciudad Juárez, con selección y prólogo de Uberto Stabile (2014), en la antología de Voces del Extremo, Poesía antidisturbios (2015) y en Poesía en Vivo. Antología de las Jornadas de poesía en Valladolid «Tradición y modernidad», 2017 (2017). Ha participado en las Voces del Extremo, Poesía antidisturbios (Logroño) y Poesía e Ideología (Moguer, Huelva). Es partícipe de la iniciativa de micrófono abierto de poesía y microrrelato Susurros a pleno pulmón.
Datos del libro
Título | El silencio del hombre sin otro hombre |
Autor | Rodrigo Garrido Paniagua |
Editorial | Difácil |
Primera edición | 2 marzo 2018 |
Poeta que busca expresar con palabras aquello que sucede entre un ahora y un tal vez nunca.
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