Harry McCoy
Alan ParksEnero sangriento
Glasgow, enero de 1973. Cuando un joven, casi un adolescente, dispara a una chica en mitad de una céntrica calle y después se suicida, el detective McCoy tiene la convicción de que no se trata de un acto de violencia aislado.
Mientras lidia con un compañero novato, McCoy utiliza sus contactos para acercarse a la familia más rica de Glasgow, los Dunlop, pues allí le llevan sus pesquisas.
En el mundo de los Dunlop, hay drogas, sexo, incesto; cada infame deseo encuentra satisfacción, a expensas de los escalafones más bajos de la sociedad, que incluyen al que fuera el mejor amigo de McCoy en el orfanato, el narcotraficante Stevie Cooper.
La juventud de Harry McCoy, su cabezonería, y su temeridad, que le lleva constantemente a cruzar la raya de la legalidad, son las únicas armas con las que cuenta para resolver su primer caso.
Hijos de febrero
Aún no ha amanecido sobre los húmedos tejados de Glasgow cuando la policía recibe una llamada anónima: han asesinado violentamente a un joven en la décimocuarta planta de un edificio en obras. En el pecho, le han grabado a cuchillo la palabra «ADIÓS».
Ese truculento asesinato golpea íntimamente a un conocido y poderoso mafioso, Jake Scobie, y, sobre todo, a su caprichosa hija, Elaine.
El agente Harry McCoy, que aún no se ha incorporado al trabajo después de la terapia a la que le abocó su anterior caso, tendrá que encargarse de la investigación.
No obstante, ese no será el único cadáver de ese frío mes de febrero de 1973 en que la nieve cubre sin piedad las calles de la ciudad.
Mientras tanto, el colega ya no tan novato de Harry, Wattie, trata de alcanzar heroicamente el grado de sargento.
Y del horizonte emergen otras sombras, más densas que las tormentas que se ciernen sobre Glasgow: las más peligrosas son las que obligarán a nuestro protagonista, McCoy, a regresar a su atormentada adolescencia, transcurrida en orfanatos y casas de acogida.
Bobby March vivirá para siempre
Glasgow, julio de 1973. Se llama Alice Kelly, tiene trece años, y ha desaparecido. Han pasado ya quince horas desde que alguien la vio por última vez. El agente Harry McCoy sabe que las probabilidades de un desenlace fatal son muy altas.
Apenas se ha desplegado el dispositivo policial de búsqueda cuando el guitarrista Bobby March, la estrella de rock local, sufre una sobredosis en un hotel; la víspera había actuado en un concierto en el que, a juicio de McCoy, no estuvo muy brillante.
Sea como sea, los periódicos necesitan noticias sangrientas; los mandos de la policía, resultados; y la ley, respeto, cueste lo que cueste.
Para colmo, la sobrina del jefe de McCoy se ha eclipsado; McCoy, discretamente, tendrá que localizarla. Pero ¿podrá Harry McCoy con todo?
Muerte en abril
Abril de 1974, día de Viernes Santo.
Una bomba casera estalla en un piso de Woodlans, un barrio pobre de Glasgow. ¿Qué hace una bomba allí? ¿Será el IRA? Al fin y al cabo, y según el agente Harry McCoy, Glasgow es como Belfast pero sin bombas.
En el piso encuentran un cadáver (o parte de él, pues el resto está repartido por todo el comedor). Alguien estaba construyendo una bomba y le ha estallado en las manos. En plena investigación, un hombre aborda a McCoy en un pub donde están de celebración con la familia de su colega Wattie, que acaba de ser padre.
Ese desconocido, llamado Andrew Stewart, es un rico estadounidense cuyo hijo (marine, veintidós años, seis meses de servicio en el USS Canopus) lleva tres días desaparecido; está desesperado, y tras recurrir en vano a todos los medios oficiales, acude a McCoy en busca de ayuda.
Así arranca la trepidante cuarta entrega de las novelas protagonizadas por el policía Harry McCoy.
Un mayo funesto
Después de que tres mujeres y dos niños mueran en un incendio provocado, nadie en Glasgow respira tranquilo.
Estamos en 1974, un año difícil en el que imperan la violencia, los secretos y las mafias. Los ánimos están crispados y la ciudad reclama un culpable. Cuando la policía detiene a tres jóvenes como sospechosos, la muchedumbre no quiere esperar a un juicio justo.
En el traslado hacia la cárcel, unos desconocidos asaltan el furgón policial y se llevan a los sospechosos. Al día siguiente, uno de ellos aparece en una céntrica calle.
Acuciado por esa carrera contrarreloj, el detective Harry McCoy desoye los consejos de su médico y sale del hospital dispuesto a encontrar con vida a los dos jóvenes que siguen secuestrados y defender su derecho a ser juzgados en los tribunales.
A su favor tiene la experiencia de toda una carrera como investigador; en contra, su precario estado de salud y la oposición de toda una ciudad que clama venganza.