Crónicas de los Cazalet

Elizabeth Jane Howard

Los años ligeros

El de 1937 y el de 1938. Dos veranos inolvidables, a salvo bajo la dorada luz de Sussex, donde los días se consumen en una sucesión de juegos infantiles y pícnics en la playa.
Tres generaciones de la acomodada familia Cazalet reunidas en su finca natal. Los quehaceres de dos abuelos, cuatro hijos, nueve nietos, innumerables parientes políticos, criados y animales domésticos que abarcan desde lo cotidiano hasta lo más trascendental: el chófer conduce demasiado despacio, los niños rescatan a su gato de lo alto de un árbol, los adultos hablan de la amenaza de una nueva guerra, y los sueños y pasiones que acechan bajo su charla ligera apenas opacan la indolente rutina de los últimos años felices que en mucho tiempo conocerá Inglaterra.
Cuando en 1990 Elizabeth Jane Howard publicó la primera novela de las Crónicas de los Cazalet, puso la piedra de toque de lo que se convertiría en un inmediato clásico contemporáneo y en la novela-río más importante escrita en Gran Bretaña desde Una danza para la música del tiempo de Anthony Powell.
En Los años ligeros, la autora perfila con exquisitez la geografía íntima de una familia y de un modo de vida que, irremisiblemente, pertenecían ya al mundo de ayer.

Tiempo de espera

Estamos en 1939. Hitler acaba de invadir Polonia y los primeros nubarrones de la guerra van ensombreciendo la vida de los Cazalet: en su residencia de Sussex hay que cegar la luz de las ventanas, la escasez de alimentos empieza a hacerse notar y las exigencias del esfuerzo bélico obligan a los miembros de la familia a enfrentar complicadas decisiones.
Algunos hombres —los ancianos, los lisiados— tienen que resignarse a ver cómo los demás son llamados a luchar por su país; otros, en cambio, solo querrían regresar intactos a casa tras el infierno de Dunquerque.
Pero son las mujeres quienes, en suelo inglés, ocupan en realidad la escena con una fuerza y un estoicismo sin fisuras durante los primeros compases de la contienda.
Y los más jóvenes, vitalistas y ocupados en conquistar esa libertad de acción que confunden con ser adulto, olvidan demasiado deprisa que, de haber un paraíso, se encuentra en los años que ellos, y todo el continente europeo, están dejando atrás definitivamente.
Tiempo de espera, segundo volumen de las Crónicas de los Cazalet, es una historia de amor y pérdida, de lucha y sacrificio, el minucioso retrato del universo particular de tres generaciones desplegado sobre un lienzo mucho más amplio: el del convulso acontecer del siglo XX.

Confusión

Primavera de 1942, el mayor conflicto armado de la historia de la humanidad se adentra en su cuarto año. Las incursiones aéreas y el racionamiento son moneda corriente, el caos se ha convertido en una forma de vida.
Sin embargo, algo empieza a moverse entre los jóvenes Cazalet: el tiempo de espera ha terminado y el ingreso en el incitante mundo adulto parece haber llegado por fin.
Bajo la pétrea moral victoriana del sacrificio y el esfuerzo bélico apuntan, sobre todo para las mujeres, unos hábitos menos encorsetados que permiten amar y trabajar con mayor libertad.
Y así, en una sucesión de nacimientos y pérdidas, de matrimonios y relaciones ilícitas, va desarrollándose la vida del clan, de sus amigos y de sus amantes, que con la cabeza alta siguen adelante y sueñan con la paz después de la guerra, con el momento en que las familias volverán a reunirse y las heridas empezarán a sanar, con la igualdad y la justicia que el nuevo orden traerá consigo, con el día en que, definitivamente, acabará tanta confusión.
La monumental saga de Elizabeth Jane Howard, una de las construcciones novelísticas más ambiciosas y acabadas de la literatura inglesa del siglo XX, sostiene con toda precisión en este tercer volumen el tempo y la intensidad a los que nos tiene habituados.

Un tiempo nuevo

Estamos en 1945, la guerra ha terminado. El momento, tan anhe­lado por los Cazalet, ha llegado finalmente, pero una Inglaterra atormentada por las privaciones y la desintegración del Imperio ensombrece la emoción por la noticia.

En Home Place, la Navidad tendrá ese año un sabor agridulce: el de la luminosa promesa de una nueva era, el de la añoranza de una época que no habrá de volver. La convivencia forzada toca a su fin y la recobrada libertad obliga a que cada uno elija su propio camino. Y en esa difícil reorganización, los chicos llevan ya pantalón largo, las niñas se han convertido en mujeres, las parejas separadas por las armas luchan por recomponerse, mientras que aquellas que durante el conflicto permanecieron unidas tal vez deban ahora reconocer su fracaso…

Un futuro incierto, una pátina de melancolía que parece recubrir todas las cosas y, sin embargo, también ese esperanzador viento que reaviva la confianza en un tiempo nuevo.

La colosal saga familiar de Elizabeth Jane Howard, el último gran clásico de las letras inglesas del pasado siglo, da en este cuarto volumen de la serie un memorable paso adelante hacia su brillante y esperada culminación.

Todo cambia

Todo cambia muestra los destinos de los miembros del clan y cierra una de las sagas más leídas de finales del siglo XX.

Los años han pasado y estamos en la década de 1950. La querida matriarca del clan de los Cazalet, la Duquesita, fallece y se lleva consigo lo que quedaba del mundo en el que prosperó la familia, ese entorno de grandes casas y sirvientes, de clase y tradición.

La vida de las chicas ya no es tan sencilla como en su infancia. Louise, ahora divorciada, se enreda en un doloroso y complicado affaire. Por su parte, Polly y Clary se esfuerzan por mantener el equilibrio entre el matrimonio y la mater- nidad y sus propias ideas y ambiciones. Hugh y Edward ya están en la sesentena, y no se sienten preparados para el mundo moderno; mientras, Villy —abandonada hace años por su esposo— debe al fin aprender a vivir por su cuenta. Sin embargo, es Rachel, que siempre ha vivido para los de- más, quien deberá afrontar los mayores retos…

Los acontecimientos y las vidas de todos los personajes convergerán en Navidad en Home Place, adonde llegará toda una nueva generación de Cazalet. Solo una cosa es se- gura: nada volverá a ser igual…

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